La herida de no ser vista y recuerdo de Sí
Hay una herida sutil, invisible a los ojos del mundo, pero profundamente viva en el corazón de muchas almas sensibles:
la herida de no haber sido vistas.
No vista por la madre.
No vista por el padre.
No vista por el entorno.
Y sobre todo, no vista en su verdad más profunda.
No se trata simplemente de haber recibido poca atención…
sino de haber crecido con la sensación de que la esencia propia no era bienvenida,
que había que adaptarse, esconderse, o incluso rebelarse… para existir.
Desde la psicología, esta herida toca el núcleo del vínculo primario:
la necesidad básica de ser reconocida, sostenida, reflejada.
Cuando eso no ocurre, el yo comienza a moldearse alrededor de la ausencia.
Y aparecen máscaras:
la complaciente, la fuerte, la rebelde, la invisible.
Pero el alma nunca olvida.
Y llega un momento —a veces en forma de crisis, de vacío o de intensa tristeza— en que algo dentro de ti clama por ser vista por fin.
No desde los ojos externos, sino desde la Luz que no juzga.
Un Curso de Milagros nos recuerda que no somos el personaje que fabricamos para sobrevivir,
ni la historia que nos contamos para protegernos.
Somos el Hijo de Dios,
la Luz que no necesita defensa,
la inocencia intacta que jamás fue olvidada en la Mente de Dios.
Y sin embargo, para recordar esto,
necesitamos mirar con honestidad las capas del ego que nos impiden aceptarlo.
Porque no se puede llegar a la Luz sin antes atravesar con amor la sombra.
Este Camino a la Visibilidad no es un viaje hacia el reconocimiento externo,
sino hacia la revelación interna.
Es una práctica espiritual y terapéutica, donde no buscamos “ser más”,
sino reconocer lo que ya somos,
y permitirnos ocupar ese espacio… sin culpa.
Aquí no se fuerza nada.
No se exige ni se corrige.
Solo se acompaña ese proceso sagrado en el que el alma dice:
“Estoy lista para dejar de esconderme.”
Y entonces, con suavidad…
contemplas tu herida,
escuchas a tu niña,
perdonas a quien no supo mirarte,
y te vuelves hogar para ti.
Ser vista, en este camino, no es ser aplaudida.
Es ser abrazada desde adentro.
Es recordar que nunca dejaste de ser digna de Amor.
Y que ahora puedes caminar hacia el mundo…
no para ser validada,
sino para extender tu luz.